miércoles, 27 de mayo de 2009

Mario Benedetti en Yucatán.


Jesús Mejía

Lo tuve frente a mí. Su bigote entrecano sólo resaltaba más su sonrisa, no pícara, ni condescendiente, sino el del viejo que perdona travesuras, porque al fin y al cabo, decía, los jóvenes tienen que probar de todo.

Recuerdo haberlo conocido en persona, en una conferencia de prensa en 1995. Enfundado en un saco a cuadros, parecía más un padre entrado en años, dispuesto a consentir, dar consejos y dar una moneda a los ahijados. Su aspecto no contravenía con sus actitudes: amable, bonachón, sonriente.

Los periodistas fuimos citados a un hotel español en Paseo de la Reforma, en pleno corazón de la ciudad de México. Iba a dar a conocer un recital de música y poesía junto con el guitarrista y su paisano uruguayo, Daniel Viglietti. Sin embargo, en el salón donde se encontraba el escritor, había más seguidores que periodistas.

Alguien corrió la voz que Benedetti se encontraba en el lugar y como abejas llegaron personas de todas las edades a saludarlo, mirarlo, a reconocer al ser de carne y hueso que había sido capaz de revelarles en su poesía la belleza oculta de las metáforas y las letras, y en sus novelas la inmensidad del amor y la tristeza.

Con Benedetti entré al terreno de los libros, de la lectura. Una amiga periodista, Patricia Rosales, me obsequió un libro de apariencia sencilla y de título adusto: La Tregua. Ese libro liberó mi espíritu de la ignorancia, de la bestia banal y superficial que nos convierte el consumismo y la televisión.

Con La Tregua, que después fuera llevada al cine, conocí la esperanza, el afecto que siempre encuentra, como un palomo herido, un nido que lo resguarde. Y vinieron otras lecturas. Primavera con una Esquina Rota y los libros de poemas.

Mario Benedetti estampó su firma en mi libro Poemas de Oficina. Su caligrafía, de trazos elegantes, resueltos, góticos, lo evidenció como un amante de las bellas artes.

Se ha ido. Atesoro el libro con su rúbrica, en mi librero en esta ciudad de Mérida, ciudad que pudo haber visitado y haberse quedado a vivir en sus años de exilio, porque amaba eso: la vida sencilla, sin tanto trajín, como ese accidente de tránsito que sufrió en la ciudad de México en 1997 y a la que jamás volvió.

Sus libros están disponibles para los espíritus ociosos, errantes y despistados. Para quienes no lo conocen, será una agradable sorpresa.
Jesús Mejia
Periodista, ha trabajado en NOTIMEX y publica en diversas revista de importancia, actualmente trabaja en el quipo de prensa de la Gobernatura de Morelia.

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