sábado, 18 de diciembre de 2010

El PERRO SHIRGO / CAPITULO 1. Por Ignacio Perez Meza

(PERRO SHIRGO/ CAPITULO 1.)
Hay florecitas de rostro alegre lila, de aquellas que seguido se dejan ver junto a gigantescas milpas de verano. También un durazno mediano, en una de las esquinas, cual si fuera un soldado fiel que custodia día y noche.
Se ven malvones rosa fuerte, ¡rojos igual!, y blancos, siempre muy olorosos y floridos. El té de manzanilla que sirve pa’las curaciones, o el cempasuchitl cuando se trata de ir al panteón. Asimismo la Yerbabuena: que usamos como bebida caliente y sedante para una noche fría.
Unas margaritas nuevas ¡más jóvenes que nadie!, tan uniformes cual si acabaran de salir del colegio. Diversos crisantemos esponjosos, en blanco puro y puro amarillo claro. Hay también unas azucenas ya grandes, ¡muy señoronas!, y luciendo siempre vestidos largos, como en sus quince primaveras: en nácar con mangas rojas, o rojos con mangas guindas.
La enredadera sin invierno por su verde encendido a diario, de tallos frágiles, hojas redondas y floreado más que indiscreto, de tonos tan vivo en amarillo y naranja, que es capaz de hacer olvidar un día lleno de apuraciones.
¡Existen unos caballeros platanillos!, igual de esbeltos como elegantes, soberbios, además luciendo un moteado rojizo en pétalos color sol.
Una rosa púrpura, amorosa, cual si fuera una hermana que siempre ayuda.
Mencionado con el nombre “De castilla”, un rosal, cubierto de botones en racimos rosita claro, insistiendo en querer ilustrar lo que es la inocencia.
¡Pensamientos! misteriosos como ellos solos, de una belleza excelsa que no así su estatura, con ojos bien definidos color negro intenso o en cafés oscuro.
¡El muchacho helecho! en una maceta brillante, mas tristeando al añorar las rocas húmedas cerca de musgos gruesos de la cañada de dulce aroma de coníferas.
¡La enigmática hiedra!, uno de los últimos inquilinos, quien va extendiéndose presurosa su camino, aunque dudando a ratos.
Existen todavía más plantas y flores como claveles, Hortensias, Dalias, alcatraces, amapolas, que seguramente pecaría si me propusiese no hablar de ellas.
Imperdonable no mencionar, por ahora, una mata de plátano, procedente de la Huasteca Potosina, ¡Tamasunchale para ser exactos!, que vive, en el mero centro, semejante a un maestro con su batuta. A partir de que llegó dirige, día a día, un magno concierto distinto. Desde temprano él nos deleita con hermosas sinfonías al ritmo de las sombras que ofrecen sus amplias y exuberantes hojas.
Este es el jardín de doña Anita, de no más de diez pasos de camino, que me dio morada cuando casi, casi, moría...